En El libro de las quimeras encontramos un fragmento inicial dedicado a la música, y en concreto al éxtasis musical. Es algo que desde hace tiempo quería compartir con los compañeros de este blog, con los musicalizadores que nos leen y con todos los que se paseen por acá atraídos por cierto tema.
Antes de copiar aquí ese fragmento de Cioran, quiero compartir una breve reflexión en torno a la música incidental. Cioran se refería en su libro sobre todo a la música de Bach y Mozart (incluso hay un documental donde declaró que una de las últimas cosas del mundo que le seguían fascinando eran las composiciones de Bach, de las que dice que son como la historia de la ascensión al paraíso perdido, sin lograr encontrarlo, mientras que de Mozart opina que es "la música oficial del paraíso perdido"). Sin embargo, a quienes entramos a este blog nos conduce el gusto o el misterio por la música incidental, aunque nuestros gustos musicales, como es mi caso, puedan también desde luego incluir a Bach y Mozart, y hasta los compositores contemporáneos más extraños.
La música incidental de películas o telenovelas, como es el caso que nos congrega más aquí, es sobre todo música interior, subjetiva, que los personajes no escuchan, con lo cual nos volvemos sus cómplices incondicionales. Aunque lo audiovisual apela más que nada al sentido de la vista y del oído, creo con sinceridad que la música incidental ahonda en estos sentidos o hasta abre otros, por ejemplo un subjetivo sentido del olfato, ya que escuchar el leitmotiv o tema personal de cierto personaje es como si lo oliéramos, es como si, al oír su tema (o sus temas, porque hay personajes que tienen más de uno) oliéramos la fragancia, perfume o incluso hedor de un personaje.
¿Por qué?
Porque la música incidental es narrativa: nos narra algo, pero algo inenarrable, algo indecible. Nos narra una presencia, una existencia, el sonido de un acontecimiento, y aquí es cuando la música cumple su gran e insuperable función de contar lo que no se puede contar o explicar, y cuando vuelve el mundo narrado algo subjetivo y personal de cada escucha/espectador.
¿Cuántas veces no nos hemos topado con gente que no siente gran cosa ante un tema que a nosotros nos puede incluso obsesionar hasta la locura?
¿Cuántas veces nos hemos preguntado cómo ven una escena esas personas que al parecer sólo sienten la función de la música pero son incapaces de reconocer ese mismo tema usado nuevamente?
Porque aquí está otra de las características tan especiales de la música incidental: es recurrente. Se vuelve con facilidad una obsesión porque la escuchamos repetidas veces, hasta que nos la sabemos de memoria, y aunque en muchísimas ocasiones nunca logremos escuchar el tema completo o libre de los parlamentos de las escenas donde los vemos. La repetición como concepto psicológico, y más psicoanalítico, es muy complejo. Eso es lo que nos ata para siempre a determinados temas.
Y aquel misterio -calificado muy bien por uno de nuestros compañeros del blog como "obsesión sobrenatural"- de querer poseer por fin un tema que hemos escuchado a lo mejor desde hace veinte años, sin saber quién lo compuso o, como se dijo, cómo prosigue o cómo termina, cómo se llama, de qué obra forma parte si es que no fue en su origen compuesto para esa escena como música incidental.
Los dejo con el fragmento del Éxtasis musical, con el que varios se sentirán muy identificados, sobre todo en cuanto a LA MÚSICA INTERIOR que llevamos a todos lados, justo como esos personajes que hemos visto, o, como otros dicen, como si se tratara del soundtrack de nuestras vidas.
Pego antes un video con parte de este texto de Cioran (y con el gran Adagio de Albinoni) que acabo de encontrar en youtube. El fragmento de Cioran lo tomé de esta página. Les recomiendo a todos la aventura de leer el libro completo.
Éxtasis musical, Emil Cioran, El libro de las quimeras.
Siento como que pierdo la materia, que cae mi resistencia física y que me
fundo en armonías y ascensiones de melodías interiores. Una sensación difusa y
un sentimiento inefable me reducen a una indeterminada suma de vibraciones, de
resonancias íntimas y de envolventes sonoridades.
Todo cuanto he creído tener en mí de singular, aislado en una soledad
material, fijado en una consistencia física y determinado por una estructura
rígida, parece haberse resuelto en un ritmo de seductora fascinación y de
imperceptible fluidez. ¿Cómo podría describir con palabras el modo como crecen
las melodías, en que vibra todo mi cuerpo integrado en una universalidad de
vibraciones, evolucionando en fascinantes sinuosidades, en medio de un encanto
de aérea irrealidad? En los momentos de musicalidad interior he perdido la
atracción de mi pesada materialidad, he perdido la sustancia mineral, esa
petrificación que me ata a una fatalidad cósmica, para arrojarme a un espacio
de espejismos, sin tener conciencia de su ilusión, y de sueños, sin que me
duela su irrealidad. Y nadie podrá entender el hechizo irresistible de las
melodías interiores, nadie podrá sentir el arrebato y la placidez a menos que
goce de esa irrealidad, que ame el sueño más que la evidencia. El estado
musical no es una ilusión, porque ninguna ilusión puede dar una certidumbre de
tal amplitud, ni una sensación orgánica de absoluto, de incomparable vivencia,
significativa por sí sola y expresiva en su esencia. En esos instantes en que
uno resuena en el espacio y el espacio resuena en él, en esos momentos de
torrente sonoro, de posesión integral del mundo, sólo puedo preguntarme por qué
no seré yo todo este mundo. Nadie ha experimentado con intensidad, con una loca
e incomparable intensidad, el sentimiento musical de la existencia, a menos que
haya tenido el deseo de esa absoluta exclusividad, a menos que haya sido
poseído de un irremediable imperialismo metafísico, cuando deseara la ruptura
de todas las fronteras que separan al mundo del yo. El estado musical asocia, en
el individuo, el egoísmo absoluto con la mayor de las generosidades. Quieres
ser sólo tú, pero no por mor de un orgullo mezquino, sino por una suprema
voluntad de unidad, por la ruptura de las barreras de la individuación, no en
el sentido de desaparición del individuo sino de desaparición de las
condiciones limitativas impuestas por la existencia de este mundo. Quien no
haya tenido la sensación de la desaparición del mundo, como realidad
limitativa, objetiva y separada, quien no haya tenido la sensación de absorber
el mundo durante sus éxtasis musicales, sus trepidaciones y vibraciones, nunca
entenderá el significado de esa vivencia en la que todo se reduce a una
universalidad sonora, continua, ascensional, que evoluciona hacia lo alto en un
placentero caos. ¿Y qué es ese estado musical sino un placentero caos cuyo
vértigo es igual a placidez y sus ondulaciones iguales a arrobamientos?
Quiero vivir sólo para esos momentos en los que siento toda la existencia
como una melodía, todas las heridas de mi ser, cuando todas mis llagas
internas, todas las lágrimas no lloradas y todos los presentimientos de
felicidad que he tenido bajo los cielos de estío, con eternidades azul celeste,
se han juntado y se han hundido en una convergencia de sonidos, en un impulso
melodioso y en una cálida y sonora comunión universal.
Me cautiva y me vuelve loco de alegría el misterio musical que yace dentro
de mí, que proyecta sus reflejos en melodiosas ondulaciones, que me deshace y
reduce mi sustancia a puro ritmo. He perdido la sustancialidad, ese
irreductible que me daba prominencia y perfil, que me hacía temblar ante el
mundo, sentirme abandonado y desamparado, en una soledad de muerte, y he
llegado a una dulce y rítmica inmaterialidad, cuando no tiene sentido alguno
seguir buscando mi yo porque mi melodización, mi transformación en melodía, en
ritmo puro, me ha sacado de la habitual relatividad de la vida.
Mi voluntad suprema, mi voluntad persistente, íntima, que me consume y me
vacía, sería no recobrarme nunca más de esos estados musicales, vivir en
perpetua exaltación, hechizado y enloquecido en medio de una borrachera de
melodías, de una embriaguez de divinas sonoridades, ser yo mismo música de
esferas, una explosión de vibraciones, un canto cósmico y una elevación en
espiral de resonancias. Los cantos de la tristeza dejan de ser ya dolorosos en
esta embriaguez y las lágrimas se vuelven ardientes como en el momento de las
supremas revelaciones místicas. ¿Cómo puedo olvidar las lágrimas internas de
estos estados de placidez? Tendría que morir para no volver nunca más a otros
estados. En mi océano interno gotean tantas lágrimas como vibraciones han
inmaterializado mi ser. Si muriera ahora, sería el hombre más feliz. He sufrido
demasiado para que ciertos tipos de felicidad no me sean insoportables. Y mi
felicidad es tan frágil, tan acosada por las llamas, atravesada de torbellinos,
de serenidades, de transparencias y de desesperanzas, que todo junto en
impulsos melódicos me arroba hasta transportarme a un estado de beatitud de una
intensidad bestial y de unicidad demoniaca. No se puede vivir hasta la raíz el
sentimiento musical de la existencia si no puede soportarse ese inexpresable
temblor, de una extraña profundidad, nervioso, tenso y paroxístico. Temblar
hasta allí, hasta donde todo se vuelve éxtasis. Y ese estado no es musical si
no es extático.
El éxtasis musical implica una vuelta a la identidad, a lo originario, a
las raíces primarias de la existencia. En él sólo queda el ritmo puro de la
existencia, la corriente inmanente y orgánica de la vida. Oigo la vida. De ahí
arrancan todas las revelaciones.
Sólo en la música y en el amor existe la alegría de morir, el espasmo
voluptuoso de sentir que uno muere porque no puede seguir soportando las
vibraciones internas. Y nos regocija el pensamiento de una muerte súbita que
nos liberara de seguir sobreviviendo a esos momentos. La alegría de morir, que
no tiene ninguna relación con la idea y la obsesiva conciencia de la muerte,
nace en las grandes experiencias de unicidad, cuando se siente perfectamente
que ese estado no volverá más. En la música y en el amor sólo hay sensaciones
únicas; uno advierte perfectamente que éstas no podrán volver ya, y lamenta con
toda su alma la vida cotidiana a la que se verá abocado después. Qué admirable
goce genera la idea de poder morir en tales instantes, de que, por ese hecho,
no se ha perdido el instante. Pues el retorno a la existencia cotidiana tras
semejantes instantes es una pérdida infinitamente mayor que la extinción
definitiva. La pesadumbre por no morir en los momentos culminantes del estado
musical y del erótico nos enseña cuánto tenemos que perder viviendo. En el
momento en que concibamos la reversibilidad de esos estados, cuando la idea de
una posibilidad de revivir penetre en nuestro organismo y cuando la unicidad
nos parezca una simple ilusión, no podremos ya hablar de la alegría de morir,
sino que volveríamos al sentimiento de la inmanencia de la muerte en la vida,
que no hace de ésta sino un camino hacia la muerte. Tendríamos que cultivar los
estados únicos, los estados que ya no podemos concebir y sentir como
reversibles, para sumergirnos en los placeres de la muerte.
La música y el amor no pueden vencer a la muerte porque, en su esencia,
tienden a aproximarse a la muerte a medida que ganan en intensidad. Pueden
considerarse como armas contra la muerte sólo en las fases menores. Una música
suave y un amor tranquilo constituyen medios de lucha contra ella. No existe
parentesco entre el amor y la muerte, como tampoco lo hay entre la música y la
muerte, sino que la relación entre sí se establece a través de un salto; que
puede tratarse tan sólo de una impresión, pero que interiormente no es menos
significativa que un salto. ¡El salto erótico y el salto musical a la muerte!
El primero nos arroja por lo insoportable de su plenitud; y el segundo, por lo
total de sus vibraciones, que quiebran la resistencia de la individualidad. El
hecho de que haya algunos hombres que se suiciden ante la imposibilidad de
seguir soportando las locuras del amor rehabilita al género humano, tal y como
lo rehabilitan las locuras que experimenta el hombre en la vivencia musical.
Quien ni entiende ni siente la música es tan criminal como el que no siente
que, en tales momentos, podría entregarse al crimen.
Todos esos estados sólo tienen valor y expresan una extraordinaria
profundidad si conducen a sentir pesar por no morir. Quien a cada momento se
sintiera morir a causa de ellos, sería el que alcanzaría el sentimiento más
profundo por la vida. Aunque para todos la muerte empieza al compás de la vida,
no todos tienen el sentimiento de morir a cada instante.
¡Dar sin cesar un salto musical y un salto erótico a la muerte! O derivarlo
de tu soledad, que sea la soledad del ser, la soledad última. ¿Cómo pueden
existir aún otras soledades distintas a éstas y cómo pueden existir todavía
otras tristezas diferentes? ¿Qué sería de mis alegrías sin mis tristezas y de
mis lágrimas sin mis tristezas y alegrías? ¿Y qué sería de mi canto sin mis
abismos y de mi misión sin mi desesperanza?
Maldito sea el momento en que la vida empezó a cobrar forma y a
individualizarse; ya que desde entonces empezó la soledad del ser y el dolor de
ser solamente tú, de estar abandonado. La vida ha querido afirmarse a través de
la individuación; a veces lo ha conseguido, y entonces ha llegado al
imperialismo. Otras, no lo ha logrado y, en ese caso, ha llegado a la soledad,
aunque, para una visión más profunda, el imperialismo no sea más que una forma
por la cual el ser huye de la soledad. Acumulas, conquistas, ganas y luchas
para huir de ti, para vencer tu aflicción de que, en el fondo, no existe otra
cosa que tú mismo. Porque la soledad es una prueba para la realidad de tu ser,
no para la realidad de la vida en general. El sentimiento de soledad crece
tanto más cuanto lo hace el sentimiento de irrealidad de la vida. Desde que la
vida quiso ser más que una simple potencialidad y se actualizó en los
individuos, desde entonces nació el temor a la unicidad y el miedo a estar
solo, y el deseo del ser individual de superar ese maldito proceso sólo expresa
el querer escapar de la soledad, de la soledad metafísica, en la que te sientes
abandonado no sólo en ciertos elementos, sino orgánica y esencialmente, en tu
naturaleza. Por ello la soledad cesa de ser un atributo del ser sólo cuando
este ser deja ya de existir.
Hola,su blog es maravilloso!Le quise preguntar si pueden buscar tema de Leonela de Rosa Salvaje.Lo unico que yo se es que esa tema se llama ,,Suenos".Gracias,y siguen con buen trabajo! :D
ResponderEliminarHey, en youtube puedes encontrar este tema hecho por un fan.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=KJAIazoD0io